Texto y Fotos: José Angel Rodríguez. No, no fue la copa que levantó Casillas al cielo sudafricano. El trofeo que llegó a Aranjuez el pasado viernes transportado en una vulgar maleta metálica con una pegatina de la RFEF fue una réplica. Y a tenor de lo comprobado de cerca, de no muy elaborada calidad.
El desconchón en la pintura que coronaba el trofeo.
La FIFA estipula que su Copa del Mundo -de 36,8 cm de altura, 6,175 kg y 5 kilos de oro- sólo es agasajada en la ceremonia oficial de entrega después de cada final. Todos los actos posteriores más allá del estadio se efectúan con copias más o menos fidedignas para evitar los robos (ocurridos con otros trofeos FIFA) y su deterioro (la malaquita desprendida por Cannavaro en 2006). Así pues cada ganador conserva una o varias réplicas que son las que «pasean».
Lo dijo Bogart con el falso halcón maltés: «el material con que se forjan los sueños». Viendo los rostros de los que pasamos por allí, más que suficiente.
El
pedestal. Ni el grabado ni la malaquita resisten la comparación con el
original (arriba).
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