El ponente disertó sobre los orígenes de las carreras de caballos retrotrayéndose a la época neolítica en que los équidos fueron domesticados y cómo con el tiempo pasaron de ser una presa de caza a un animal insustituible en la agricultura, la guerra… y en las carreras de carros primero y en solitario -tras la invención de la silla de montar y los estribos- después.
Circos, hipódromos, reglamentos, sementales, la supremacía de los pura sangre ingleses y la llegada de las carreras y las temporadas en el siglo XIX para permanecer hoy casi como entonces derivaron en varias nociones sobre la historia del segundo hipódromo de Legamarejo (el primero, de 1852).
Arsuaga comentó que, inaugurado en 1917, fue un hipódromo ligado a la estancia en Aranjuez de la familia real, que sólo tuvo dos temporadas casi enteras (las primaverales de 1933 y 1934) y que, paradójicamente, su cercanía a Madrid y su conexión por ferrocarril con la capital acabó por perjudicarle al no haberle dotado nunca ni de instalaciones con afán de permanencia ni de complejos hípicos anexos que aseguraran su supervivencia.
A la sombra del Hipódromo de la Castellana primero, tuvo su momento de gloria con el cierre de éste y su desaparición con las pérdidas de la Sociedad de Fomento de la Cría Caballar de España que lo explotaba, cuando ya los vientos apuntaban -Guerra Civil por medio- a la Zarzuela.
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