El ribereño Joaquín Fernández realizó en estos días dos escaladas en los Pirineos en sendos proyectos bien diferentes: una pared vertical y un macizo de agujas a más de 2.000 metros de altura.
Joaquín Fernández y su compañero Raúl permanecieron unos días en los Pirineos con el doble objetivo de escalar dos montañas de características muy dispares: el Tobazo (2.049 metros) y la arista de los Murciélagos (2.325 m), ambas en el macizo de Aspe, en la provincia de Huesca.
"Tras descartar por motivos económicos la expedición prevista a Ecuador primero y a Islandia después, la idea para este año era hacer dos escaladas de grandes paredes", nos cuenta Joaquín.
El escalador ribereño -que rara es la semana que no 'pedricea' como él dice en la sierra madrileña-, tiene por segunda casa los Pirineos Centrales. "Voy allí todas las veces que me es posible a escalar o a esquiar, así que decidí encaminarme hacia la zona del volcán extinguido Anayet".
Puesto en contacto con su antiguo amigo Raúl, responsable de una empresa de actividades de montaña, ambos prepararon el doble reto en unos días aprovechando la climatología favorable aunque la niebla hizo aparición en algunos momentos.
"Primero afrontamos el Tobazo, una pared de 475 metros en un pico de más de 2.000, un sitio muy técnico de mucha adherencia de piedra lisa y caliza, con algunas fisuras del agua que aprovechas para introducir en ellas manos y pies".
Lo atacaron en 14-15 tramos con cuerdas de 60 y lo superaron en 4 horas de subida. "A ritmo, controlando, con mucho tacto, porque además de la técnica el aspecto psicológico es muy fuerte y hay que afrontar cada tramo con seguridad, midiendo mucho cada paso para evitar accidentes, ya que estamos colgados con el vacío a nuestras espaldas".
Unas jornadas después llegó la hora de medirse con la Arista del Murciélago, impresionante macizo de agujas de piedra de 800 metros en un pico que también supera los 2.000 de altura.
"Esto ya fue totalmente diferente" -nos explica el antiguo instructor de montaña del Ejército- "Es como subir por el filo de un cuchillo. Tienes mucho ambiente alrededor de ti y vas saltando de aguja en aguja".
"Aquí las piedras ya no son tan compactas por efecto de la erosión del viento y el agua y hay que tener mucho cuidado y estar muy concentrado todo el tiempo".
Tan es así que el único percance serio de la expedición y que pudo haber degenerado en un accidente serio fue el desprendimiento de uno de esos inestables bloques. "Fue un gran susto que afortunadamente no pasó a mayores", nos cuenta mientras nos muestra las señales del golpe en su hombro, brazo, mano y pie derechos.
"La roca, del tamaño de un microondas, se vino abajo apenas a 10 metros de la cumbre y desde una distancia de unos 3 metros sobre mi. Gracias al poco recorrido no tuvo la suficiente velocidad de impacto para hacerme caer y quizá haber arrastrado a Raúl, que iba por delante".
Sin embargo el daño en el dedo gordo del pie fue bastante doloroso. "Por un momento creí que lo tenía partido. En la cumbre me puse un pie de gato para llevarlo más sujeto pero la bajada fue una odisea pero superada a base de aguante y experiencia".
Aún así, cuerda -perdón por el chiste fácil- tiene para rato. "Me quedan todavía algunos años buenos y algún reto que afrontar. No he escalado en Oceanía así que...".
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"Tras descartar por motivos económicos la expedición prevista a Ecuador primero y a Islandia después, la idea para este año era hacer dos escaladas de grandes paredes", nos cuenta Joaquín.
El escalador ribereño -que rara es la semana que no 'pedricea' como él dice en la sierra madrileña-, tiene por segunda casa los Pirineos Centrales. "Voy allí todas las veces que me es posible a escalar o a esquiar, así que decidí encaminarme hacia la zona del volcán extinguido Anayet".
Puesto en contacto con su antiguo amigo Raúl, responsable de una empresa de actividades de montaña, ambos prepararon el doble reto en unos días aprovechando la climatología favorable aunque la niebla hizo aparición en algunos momentos.
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Unas jornadas después llegó la hora de medirse con la Arista del Murciélago, impresionante macizo de agujas de piedra de 800 metros en un pico que también supera los 2.000 de altura.
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"Aquí las piedras ya no son tan compactas por efecto de la erosión del viento y el agua y hay que tener mucho cuidado y estar muy concentrado todo el tiempo".
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"La roca, del tamaño de un microondas, se vino abajo apenas a 10 metros de la cumbre y desde una distancia de unos 3 metros sobre mi. Gracias al poco recorrido no tuvo la suficiente velocidad de impacto para hacerme caer y quizá haber arrastrado a Raúl, que iba por delante".
Sin embargo el daño en el dedo gordo del pie fue bastante doloroso. "Por un momento creí que lo tenía partido. En la cumbre me puse un pie de gato para llevarlo más sujeto pero la bajada fue una odisea pero superada a base de aguante y experiencia".
Aún así, cuerda -perdón por el chiste fácil- tiene para rato. "Me quedan todavía algunos años buenos y algún reto que afrontar. No he escalado en Oceanía así que...".
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