Jefe de la Comisaría de Aranjuez, presidente de la Plaza de Toros, socio de los Amigos de Le Pecq, segoviano a gala, ribereño de adopción... Julio Laguna Gascón falleció el pasado domingo a los 67 años.
A Julio Laguna
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Tomás Ruiz
Mi primer contacto con Julio
Laguna fue totalmente causal. Julio salía de un colegio electoral en el que al
día siguiente se iban a celebrar elecciones; yo caminaba por la acera hacia mi
casa, un pequeño despiste por parte de los dos, hizo que chocásemos. Después de
las expresiones de perdón por ambas partes, nada volví a saber de él. Fue un
amigo común quien algún tiempo después nos presentó.
Aquello supuso el inicio
de una amistad que ha durado cerca de cuarenta años. Tiempo suficiente como
para haber compartido con él infinidad de vivencias y anécdotas, que al
analizarlas entendías su gran dimensión humana. He conocido a Julio no solamente por proximidad,
también por los comentarios de personas que de una manera u otra estaban
vinculadas profesionalmente a él.
Julio tenía las ideas muy claras y sabía
estar en su lugar en cada momento: firme y enérgico cuando la situación lo
requería, pero también humilde y
desbordando humanidad en muchos de sus actos. Era una persona próxima al
ciudadano, que sabía escuchar y que por su forma de ser se hacía querer.
Él fue
quien nos hizo ver a los ciudadanos de Aranjuez, que su trabajo y el de sus
compañeros, consistía en protegernos y ayudarnos, es decir: estar a nuestro
servicio. Para mi, ese era uno de sus principales méritos, en no pocas
ocasiones así se lo comenté. Se involucró como un ribereño más en nuestra
ciudad, conociendo a sus gentes, brindándonos su sincera amistad y haciéndonos
participes de sus alegrías.
No pocos fines de semana han sido, los que junto a
otros amigos nos invitaba a su casa de su pueblo natal segoviano, y en los que
se desvivía por complacernos para que nada nos faltase. Aquellos fines de
semana, en los que disfrutábamos mientras hablábamos paseando por los pinares,
por las orillas del río, las viñas, los
cultivos de gladiolos y siempre rematados en una mesa con viandas sencillas
pero exquisitas, nos hicieron valorar y quererlo de acuerdo a su gran dimensión
humana.
Su trayectoria y comportamiento, a muchos nos ha dejado una huella que
difícilmente puede ser olvidada. Sería una injusticia, que con el paso del
tiempo se nos borren estos recuerdos, esto no lo vamos a permitir. Y no lo
vamos a permitir, porque cada vez que pasemos por delante de la Casa Atarfe o cuando
entremos a la plaza de toros, veremos allí su semblante y escucharemos en
nuestro interior su característica voz.
El ejemplo de persona íntegra nos lo ha
dado hasta el final, cuando haciendo frente a esa maldita e injusta enfermedad,
nos saludaba con una sonrisa como invitándonos a no preocuparnos por él. Para
los creyentes habrá un recuerdo permanente en sus oraciones, para los no
creyentes el recuerdo permanecerá en sus memorias. Gracias por el enorme
compromiso que adquiriste con nuestra ciudad. Gracias por haber podido
disfrutar de tu amistad.
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