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Héctor Anabitarte
Sadio Mané, un gran ejemplo, grandísimo. Jugador de fútbol del Bayern de Múnich, senegalés, uno de los más destacados del mundo, ejerce la solidaridad de manera constante, para él es una obligación.
Su origen es muy pobre, como el de la mayoría de los senegaleses. Nació en la localidad de Bambali y tiene 31 años. Suele comentar qué pasó hambre, trabajó en el campo, jugó descalzo y no fue a la escuela. A pesar de que es un hombre rico: «¿para qué quiero diez coches ferraris, veinte relojes con diamantes y dos aviones? ¿Qué harán estos objetos por mi y por el mundo?».
Lo tiene claro: financia la construcción de una escuela secundaria gratuita y distribuye comida, ropa, zapatos… y además donó computadoras a la gente sin recursos. Y hay más: en Bambali los pobres reciben de Mané 70 dólares por familia. Donó los fondos para la construcción de un hospital. Y dinero para la administración senegalesa encargada de luchar contra el Covid-19. Merece el Nobel de la Paz y quizá su ejemplo contribuya a que otros ricos, deportistas o no, se animen.
Habitualmente aparecen en los medios de comunicación informaciones sobre personas que se jactan de adquirir los coches más caros del mercado, viviendas que son palacios, relojes de precios alucinantes, aviones privados, islas… Como dice Mané: ¿qué harán estos objetos por mi y por el mundo? Excelente pregunta. En un mundo tan desigual, tan injusto, Mané es como una bofetada y sus goles sí que son extraordinarios y más que meterlos en la portería del rival los marca contra la injusticia. Y en Bambali los festejan apasionadamente.
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